14.9.06

Es parecido, pero no igual...

Ella1: ¿y... estás saliendo con alguien?
Ella2: Uy... no. Lamentablemente, no. Y mirá que estoy necesitada, eh? Hace tanto tiempo que no cojo con nadie, que cuando finalmente lo haga, el pobre pibe va a nesecitar un mapa para guiarse de tanta tela de araña que debo tener.
Ella1: Pero bueno... ¿porqué no usás esos aparatitos que tenés vos?
Ella2: ¿Pero vos te creés que no los uso? Ja! Los uso tanto que ya les cambié las pilas dos veces.

13.9.06

Oliverio Chaimonio

Hasta hace 5 meses, y durante 8 años y medio, fui la orgullosa madre de Oliver.

Oliver no era un niño, aunque él creía que sí… Oliver era un perro. Mitad Labrador y mitad Ovejero Australiano. Pero por sobre todas las cosas era mi bebé.

Lo adoptamos con mi ex-marido la semana después de casarnos. En vez de irnos de luna de miel lo fuimos a buscar a la casa donde vivía con sus padres y su hermano. Era una bolita negra divina de sólo 6 semanas. Parecía un osito negro con patitas y pechito blanco. Era tan chiquitito que tenía el largo de mis muslos. Sus primeros días lo pasó tan asustado, necesitando mucho afecto y contacto físico. Cosa que por supuesto le di a rabiar.

Enseñarle a que no hiciera pis adentro fue un calvario durante los meses de invierno en Los Angeles porque nos levantábamos a las 4 de la mañana para sacarlo a hacer pis y el gordito se ponía tan contento de vernos que se olvidaba porqué nos había despertado en primer lugar. Me recuerdo medio dormida bajo la lluvia, mientras él me miraba moviendo la cola mientras yo le empujaba el culito para que fuera hacia la tierra a hacer pichí. Y él, por supuesto, lo único que quería era jugar. Cuando finalmente entrábamos a casa, estábamos los dos invariablemente empapados.


Oliver era tan inteligente que era bilingüe. Sabía ir “a la cucha”, entendía “vamos,” “vení,” “basta,” “a dónde te creés que vas?,” y el clásico “negrito!” entre otras cosas más. En inglés entendía más porque era el idioma que más escuchaba. Definitivamente no se podía decir la palabra “walk” (caminar) ni siquiera cuando no estaba dirigida a él, porque se desesperaba y salía corriendo hacia la puerta y a mostrarme dónde estaba su correa así nos íbamos de esa prisión tan cómoda en la que vivía.

Pero lo mejor fue cuando le enseñamos a que contestara con un ladrido si quería “go outside” (ir afuera) y cuando lo retábamos diciéndole “shame on you!” (algo asi como “desvergonzado!”) y bajaba las orejitas y la cola y se iba solito a la cucha sabiendo plenamente que se había mandado una cagada, aunque seguro no sabía muy bien cuál era. Cuando nos visitaba mi vieja, a ella le causaba infinita gracia ésto de que le hacíamos sentir vergüenza por sus acciones y entonces decidió llamarlo siempre “Oliverio Chaimonio” que era por supuesto su manera incorrecta de pronunciar “shame on you” y a mi me causaba tanta gracia ella pronunciándolo mal, que tampoco la corregía.

Mi ex también se dedicó a enseñarle a que haga monerías. Le podías pedir que se sentara, que se acostara y hasta que se revolcara – cosa que era genial sobre todo cuando se cansaba en la mitad y decidía que no era necesario dar toda la vuelta para que le diéramos una galletita. Decisión totalmente errónea porque por supuesto siempre tenía que terminar revolcándose dos veces para recibir el mismo pedacito de galletita de morondanga que le dábamos.

La única monería que yo le supe enseñar fue, por supuesto, sin querer. Y era que daba “la pata” y también daba “la otra.” El pobre lo aprendió de todas las veces que se las pedía para limpiárselas antes de que entrara del patio y me ensuciara el piso. Lo que más le enseñé yo fue lo que no tenía que hacer. No podía cruzar la calle solo, no podía subirse al sillón si no era invitado, no podía entrar a la cocina si se iba a poner a pedir comida como un muerto de hambre, no podía gritar como un marrano cada vez que veía niños a los que adoraba, no podía ladrar cuando un amigo llegaba a casa, etc, etc, etc…

Oliverio fue mi compañero, mi mejor amigo y el que más cariño me daba cuando estaba triste – algo que se convirtió en algo común a partir del 2001 cuando con mi ex nos divorciamos, cuando murió mi viejo en el 2003, y por supuesto cada vez que cortaba con el noviete que tuve después del ex (con el que corté muchas veces debo aclarar).

Cuando Oli se enfermó en Febrero y nos enteramos que lo que tenía era incurable, me propuse hacerle vivir sus últimos días como si fuera un rey. De golpe no sólo tenía acceso al sillón ilimitadamente sino que además le daba de comer en él y lo que comía no eran esas bolitas de mierda para perros sino comidita rica, preparada especialmente por mi.

Lamentablemente, pese a todo mi esfuerzo y dedicación, sus riñones no pararon de deteriorarse y finalmente en la primera semana de Abril dejó de comer por completo. Fue ahí que me di cuenta, al verlo tan flacucho, sin energía y cansado, que finalmente tenía que cuidarle yo la tristeza a él y asegurarle que yo iba a estar bien aunque él no estuviera para cuidarme.

Recién después de decirle eso, Oliver se levantó a duras penas, caminó despacio hacia la puerta de atrás y me mostró que estaba listo para irse. Yo simplemente obedecí sus deseos.